viernes, 27 de mayo de 2016

Martin Heidegger


Hay un libro que, a causa de su influencia en el pensamiento contemporáneo y las pasiones contrarias que despierta su autor, destaca de entre los textos laberínticos y desasosegantes: Ser y tiempo, de Martin Heidegger (1889-1976).
Apareció en 1927, cuando su autor, con 37 años, gozaba de gran fama docente. Sus alumnos, obnubilados por su fuerza filosófica, lo apodaban “el rey secreto del pensamiento” y se creían iniciados en una sabiduría oculta, pues Heidegger ensayaba con ellos la búsqueda de un nuevo lenguaje de pensamiento.
Heidegger se preguntaba en su libro por “el ser de los entes”; sostenía que “la filosofía habla del ser sin saber lo que es”.
Sólo Parménides y Heráclito estuvieron cerca de la verdad del ser; más tarde, Platón, con sus ideas eternas, desvirtuó y enmascaró ese saber primigenio.
En suma, la metafísica olvidó el ser centrándose en el estudio de los entes.


La nueva filosofía tiene que buscar el ser, pero ¿dónde? “En el Dasein”, según Heidegger.
Este término, el más célebre de su jerga, quiere decir ser ahí o estar aquí; se refiere al existente, al ente que está y vive en este mundo y que es el único al que de verdad “le importa su ser”: el hombre. Es a éste a quien hay que interrogar por el ser.

El hombre es el ente autoconsciente y capacitado para formular la pregunta sobre el sentido del ser y asimilarla al mismo tiempo, no como los entes inertes “ante los ojos” (Como un árbol, una silla, objetos del mundo que no les interesa su existencia, a diferencia del hombre). Entonces, el ente con la” posibilidad de ser de preguntar “sobre los entes mismos es el “Dasein” o “ser-ahí”, por eso la realidad humana solo se comprende en estas dimensiones:” El hacer en forma expresa y de ver “a través de ella” la pregunta que interroga por el sentido del ser, pide el previo y adecuado análisis de un ente (ser-ahí) poniendo la mira en su ser”. Allí, el ser ahí está capacitado para responder una pregunta metafísica, con su única característica: el ser racional. En conclusión, el ser-ahí tiene la responsabilidad de responder y analizar la pregunta que compete a todos los entes.


Ser y tiempo se centró en el análisis fenomenológico de este Dasein desde cero: ¿cómo es este recipiente del ser? A grandes rasgos, lo que Heidegger descubrió fue que cada uno de nosotros, cada Dasein, habita en este mundo, rodeado de objetos y junto con los otros;
hemos sido arrojados a la existencia, estamos desamparados, sin dioses, junto al abismo de la nada y cara a la muerte, de ahí el famoso apotegma: - “El hombre es un ser para la muerte” -

La angustia nos coloca ante la nada y la muerte, haciendonos preguntas por el Ser, mejor dicho por el Dasein.
Nos atenazan la angustia y el miedo, pero nuestra vida es “cuidado” y podemos encararla desde la “autenticidad” o mantenernos en la “inautenticidad”.

 Para el vivir inauténtico, el presente se condensa en la rutina de la cotidianidad, mientras que el vivir autentico lo toma como anticipación de la posibilidad de la muerte. El que existe inautenticamente vive engañado, y se niega a aceptar su destino irremediable. El que vive verdaderamente, espera sin engaño su destino final. En conclusión, el ser-ahí es un ser-para-la-muerte.

Si el hombre o Dasein se deja seducir por la masa de los mediocres, será como “todo el mundo”, más si cobra conciencia de su finitud y vive con gallardía forjando su individualidad, será único y el dueño de su vida.
Son unas levísimas pinceladas, pero hasta dar con ellas en Ser y tiempo hay que pasar por un maratón: el libro es laberíntico.

Heidegger pasa de lo Nosológico a lo Existencialista (descartando las teorías del conocimiento)
Una entidad es lo que es (es decir: lo que está siendo) pragmáticamente; de esta forma, se nos «muestra» en un contexto de encaje práctico (Heidegger denomina a tal contexto «mundo»), no debido a que posea ciertas propiedades inherentes a la cosa en sí, sino por la intencionalidad que posee.
“Un martillo es un martillo no por la posesión de atributos de martillo, sino por ser usado para martillar.”


Su aproximación tiene implícita la tesis de que el conocimiento teorético no es la más fundamental y originaria relación entre el individuo humano y los entes del mundo que le rodea (incluyéndose a sí mismo).

“El hombre olvida al Ser, para consagrarse al dominio de los Entes”.

La sociedad de hoy ha olvidado lo trascendente para consagrarse al dominio de las cosas materiales.
La trascendencia constituye la individualidad; Mientras que el carácter poético del pensamiento permanece velado, cuando se carece de Dasein.



“EL SILENCIO ES EL RECOGIMIENTO DEL SER EN EL RETORNO A SU VERDAD”
(Martín Heidegger)

¿Por qué brillan más las estrellas en el silencio?
¿Acaso no es cierto que la noche se hace más clara y resplandeciente cuando la mente se queda quieta?
¿Te has preguntado por el Ser, por el crecer de la luz en el silencio?
¿Y por qué es que en el silencio logramos la intimidad de los astros, la admisión a su fuero secreto, la conversación que se extiende por toda la noche?
¿Por alguna ley extática, reminiscencia del vacío como fuente luminosa, seña originaria?
Silencio que cimbra el cielo de posibilidad, que excita a las mismas estrellas con su serenidad.
Silencio que ha callado todo tremor y abre el loto secreto de la estrella-toda la matriz de lo real es una perla.
En el silencio se revela el deseo de la luz, el deseo incontenible de la luz de aparecer.
De des ocultar el Ser.
Toda esta luminosidad, todo este derramarse del cielo en infinitos recipientes, en cuerpos hechos para amanecer.
Todavía están los montes oscuros, pero por encima de ellos —calladamente— crece la luz matinal. Allí y entonces. Espacio y tiempo. Montes y crecimiento silencioso.
Toda esta luminosidad que sólo se puede beber en silencio…
Pareciere que sólo en el silencio se percibe la realidad.
El mundo se transparenta, la forma se revela como (brillante) vacuidad: en la nada resplandece el Ser.
Haz del silencio tu único conocimiento; Y en el silencio conocerás la unidad de las estrellas y el pensamiento, el brillo que es el ser de todas las cosas.


“HEIDEGGER Y LOS JUDÍOS”

LOS CUADERNOS NEGROS:

La mitología del retorno a Grecia, que fue uno de los tópicos mayores del nacional-socialismo en Alemania, aparece, en Martin Heidegger ligada a la necesidad de depurar la «degeneración» espiritual del judaísmo: La cuestión concerniente al papel del judaísmo mundial no es racial -escribe Heidegger-, sino la cuestión metafísica referida a esa clase de humanidad que, careciendo sencillamente de vínculos, puede hacer del desarraigo de todos los «ENTES» respecto del «SER» la tarea que le es propia en la historia del mundo.
Desmenuzando el pensamiento Heideggeriano: “A LOS JUDÍOS SE LOS EXCLUYE DEL SER”.
El eje grecolatino, que da comienzo a una nueva historicidad, no puede por definición hacerle sitio al judío, el adversario, o mejor, el enemigo metafísico, que igual que ha mentido durante siglos, haciéndose pasar por lo que no es, disimula y oculta al Ser y, favoreciendo el predominio del ente, impide la transición, le impide al alemán acceder al camino por el que remontarse hasta el otro comienzo». Y la clave de «Ser y tiempo» sería ésta: «hacer frente al enemigo para decidir la historia del Ser. El enfrentamiento tiene dimensiones planetarias y profundidad ontológica. Si ‘la patria "Vaterland" es el Ser mismo’, no parece que el "Dasein” del judío tenga ya cabida en ella, ni siquiera provisional.
Las conclusiones finales son demoledoras. Tanto cuanto textualmente fundadas: El judío con el que Heidegger se encuentra en las alturas, en el camino de la historia del Ser, le estorba el paso, le impide alcanzar la fuente de la "Reinheit", de la pureza… A los ojos de quien piensa que la cuestión del Ser es la única cuestión auténtica para occidente, el lugar de los judíos empieza a hacerse incierto, inseguro y vacilante… Parece que ni siquiera para Heidegger haya un lugar para el judío. ¿Y qué lugar podría tener en la historia del Ser, contra la que tan de cerca conspira? Inexorablemente, el no lugar de los judíos se hace concreto. - (Extracto artículo de Donatella di Cesare)